Hay lugares que te abrazan apenas llegas, y Honda, Tolima, es uno de ellos. Este pequeño pero vibrante pueblo, enclavado a orillas del río Magdalena, no solo guarda siglos de historia entre sus calles empedradas, sino que también ofrece al viajero una experiencia auténtica, casi mágica, de conexión con el pasado.
Desde el primer instante en que pisé sus calles, sentí que el tiempo aquí transcurre de manera distinta. Los adoquines antiguos, desgastados por los pasos de generaciones, me guiaron hacia la famosa Cuesta del Chivo Borracho. Su nombre curioso despierta sonrisas y preguntas, y según cuentan los lugareños, proviene de las dificultades que enfrentaban los chivos al intentar subir o bajar su empinada pendiente. Caminar por allí es como recorrer una postal viviente, donde cada esquina tiene una anécdota que algún abuelo estaría encantado de contar.
La arquitectura colonial de Honda es otro de sus grandes tesoros. Las fachadas coloridas, los balcones de madera tallada y las puertas que parecieran custodiar secretos centenarios crean un escenario perfecto para perderse sin prisa. Entre estos imponentes edificios destaca la Catedral de Nuestra Señora del Rosario, que se alza majestuosa en el corazón del pueblo. Su interior sereno invita al recogimiento, mientras su exterior es un testimonio de la devoción y el arte de otras épocas.
Pero si hay un lugar que realmente palpita con la esencia de Honda, es su Plaza de Mercado. Al entrar, los sentidos despiertan: los colores vivos de las frutas frescas, el aroma de los pescados recién traídos del Magdalena, los sonidos de los comerciantes ofreciendo sus productos y el constante ir y venir de los habitantes que, como cada día, hacen de este mercado un centro de vida y encuentro. Allí, entre charlas amables y sonrisas cálidas, uno entiende que la verdadera riqueza de Honda está en su gente.
Cada rincón de este pueblo es una invitación a detenerse, observar y dejarse llevar. Desde los antiguos puentes que cruzan sus múltiples caños hasta los miradores que ofrecen postales únicas del Magdalena serpenteando por el valle, Honda regala momentos que permanecen en la memoria mucho después de la visita.
Cuando uno se despide de Honda, no se va del todo. Queda en el corazón el murmullo del río, el calor del sol en la piel, el eco de las historias escuchadas y la promesa de volver. Porque Honda no es solo un destino: es un viaje al alma de Colombia.